domingo, 29 de enero de 2012


2-LA FAMILIA.

A-LA VIDA FAMILIAR EN GRECIA.

La unidad familiar era en la Grecia Clásica la base natural y jurídica del tejido social. En la constitución del matrimonio los aspectos económicos o sociales frente a los sentimientos de los contrayentes.

El matrimonio legítimo entre ciudadanos era un contrato entre dos partes: el novio y el representante legal de la novia, es decir, el padre si vivía o el hermano mayor o el varón que determinara la ley, ya que la mujer no tenía capacidad jurídica para asumir esa responsabilidad. Basándonos en Menandro, la fórmula matrimonial tiene la forma de un diálogo conciso entre el padre, que entrega su hija para que engendre hijos legítimos, acompañada de una dote, y el novio que la acepta en los términos en que se la ofrecen. Pero los matrimonios entre desconocidos eran lo común entre las gentes de clase media y alta en Atenas. En realidad, el hombre griego consideraba el matrimonio como una obligación penosa, como un mal necesario: había que casarse para tener un heredero de la hacienda y alguien que perpetuara los cultos domésticos, incluido el ritual funerario, y además, para alcanzar el prestigio social que se negaba al soltero (en Esparta los solteros llegaban a pagar un impuesto para incentivarles al matrimonio). La edad ideal del matrimonio, según Hesíodo, era los 30 en el hombre y los 16 en la mujer.

Después de celebrarse la engyésis (contrato matrimonial) tenían lugar las bodas propiamente dichas, que estaban rodeadas de un ceremonial complejo, lleno de implicaciones religiosas, prefiriéndose a tal efecto las fechas de plenilunio y el mes de Enero (gamelión, mes de las bodas).

La ceremonia comenzaba con un sacrificio dedicado a los dioses protectores del matrimonio, Zeus y Hera; Ártemis, símbolo de la virginidad; e Ilitía, protectora de los partos:

Timareta, con ocasión de su matrimonio te ha consagrado, Ártemis Limnatis, sus tamborcillos, la pelota que adoraba, la redecilla que sujetaba sus cabellos; y también sus muñecas te las dedica, como le corresponde a ella, que es virgen, a ti, diosa de la virginidad, junto con sus ropas.

Así se conciliaba la voluntad de la diosa, que podía mostrarse desfavorable ante quien entregaba su virginidad en lugar de conservarla indefinidamente, de la misma manera que servía para aplacar a los dioses familiares por su abandono de hogar.

Otro elemento característico del ritual era el baño purificador. Un cortejo solemne con antorchas se encargaba de ir a recoger agua a la fuente Calírroe.


El día de la boda las casas de los contrayentes se decoraban con guirnaldas y hojas de olivo y laurel, y en la del padre de la novia se celebraba un banquete con un sacrificio; allí se encontraba la novia, cubierta por un velo y una corona, rodeada de sus amigas y asistida por una mujer casada, que la asesoraba sobre la ceremonia del matrimonio. Llegada la noche, se iniciaba el ritual de la conducción de la novia a su nuevo domicilio con un asador y un cedazo en la mano, símbolos de sus nuevas ocupaciones domésticas. La desposada sube junto al esposo a un carro tirado por mulas o bueyes para recorrer lentamente el trayecto entre las dos moradas, rodeados por un cortejo de parientes y amigos, que avanza a pie, entonando el himeneo. La luz de las antorchas y la música de la cítara y el oboe prestan solemnidad a la procesión. El novio coge en brazos a la novia para entrarla en casa, simulando un rapto de manera que los dioses familiares del novio no se irriten por la intrusión de la nueva huésped.

En la casa tiene lugar una recepción formal de la recién casada protagonizada por el suegro, coronado de mirto, y por la suegra, portadora de una antorcha; la conducen ante el fuego sagrado que honra a la divinidad doméstica, derraman sobre ella nueces e higos secos y le ofrecen un pastel nupcial hecho con miel y sésamo, sustancias relacionadas con la fecundidad, así como una moneda y un dátil. El día terminaba con la entrada de los esposos en el tálamo.

Al día siguiente, los padres entregan los regalos nupciales, así como la dote acordada. Posteriormente, el recién casado ofrecía un banquete a los miembros de su fratría.

La ley ateniense reconocía el divorcio, pudiendo repudiar el marido a la esposa sin necesidad de alegar motivo alguno, pero con la obligación de restituir la dote recibida. En una pareja divorciada era el marido quien se quedaba con la custodia de los hijos, incluso el engendrado y no nacido aún; también podía casar a su mujer con otro hombre de su elección sin el consentimiento de ella; en caso de viudez, la mujer tenía que casarse con quien hubiera dispuesto el marido antes de morir o con quien decidiera su nuevo dueño legal (su hijo mayor, su padre o su pariente más próximo). La falta de descendencia o el adulterio de la esposa solía ser la causa del repudio. La mujer podía acudir al arconte para que disolviera el matrimonio cuando recibía malos tratos, por lo demás carecía de capacidad jurídica para pedir el divorcio.

La finalidad del matrimonio era la consecución de un heredero, no muchos, de los bienes y de las obligaciones religiosas de la familia. Platón en sus Leyes fija la descendencia ideal del matrimonio en una hija y un hijo, pero parece ser que lo normal era tener un solo hijo. Los recién nacidos no deseados solían ser expuestos, especialmente las hembras y los hijos ilegítimos. A veces los hijos expuestos podían ser recogidos por alguna pareja porque necesitara un hijo o para criarlo como esclavo; esto hacía que la madre, al exponer al bebé en un canastillo, le colocara algunos objetos que hiciera posible su identificación en un futuro, por si acaso su regreso al hogar fuera deseado.

El aborto era también legítimo, pero siempre con el consentimiento del esposo.

Los que nacían con taras físicas eran comúnmente arrojados por el monte Taigeto, buscando su muerte.


En cuanto al nacimiento, el alumbramiento se daba en casa, asistido por una mujer experta o por una partera o médico. Cuando nacía un hijo deseado, se exteriorizaba la alegría colocando en la puerta de la casa una rama de olivo si era varón y una cinta de lana si era hembra. Una semana después del nacimiento se celebraba una fiesta familiar (Amfidromias), en donde se corría con el bebé en brazos alrededor del fuego doméstico, purificando a los que habían participado en el alumbramiento con agua. En el décimo día se celebraba un banquete y un sacrificio, imponiéndose al bebé el nombre del abuelo paterno generalmente, si era varón primogénito, y recibía regalos. Ese nombre se completaba con dos más (=apellidos) para identificarlo individualmente, que a veces expresaban una relación con una divinidad o una cualidad estimable (Teodoro = regalo de dioses; Pericles = rodeado de gloria). En todo momento, el padre podía repudiar al hijo si así lo estimaba.

De todas formas, para aquél que por cualquier causa no tenía descendencia, tenía el recurso de la adopción.

En cuanto a la muerte y sepelio, cuando un hombre moría lo vestían de blanco y lo tendían en un diván con los pies hacia la puerta de la casa (yacer en estado, estar de cuerpo presente, prótesis). En la boca del difunto se colocaba un óbolo, paga a Caronte por la conducción del espíritu, y en la cabeza se le ponía un tarro de aceite y en la mano un pan de miel, para aplacar a Cerbero. Amigos y parientes se reunían para despedir al muerto entre las lamentaciones de las plañideras, alquiladas al caso. En la puerta se colocaba un recipiente de agua, en el que se lavaban los visitantes para purificarse. El entierro se hacía a la mañana siguiente con un cortejo en el que los hombres iban delante, las mujeres detrás y también se alquilaban plañideras y flautistas. Sin elogio fúnebre, se repetía su nombre tres veces y se dirigían a la casa del pariente más cercano a celebrar el festival fúnebre. La cremación no se llevaba a cabo a menudo, siendo sepultados con una losa en donde en una pequeña inscripción aparecía los datos indispensables para su identificación, generalmente en cementerios.

El luto solía consistir en una vestidura negra y en el pelo cortado al rape.

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