domingo, 29 de enero de 2012


LA VIDA FAMILIAR EN ROMA.

En los primeros tiempos, la familia estaba integrada en la gens. Esta agrupaba a los descendientes por línea masculina de un antepasado común, al que rendían culto y del que tomaban un nombre común o gentilicio. Paulatinamente la gens fue perdiendo fuerza, para darle a la familia el carácter de bloque fuerte y unitario.

La familia era un grupo de personas sometidas a la autoridad del pater familias, el cual ejercía la patria potestas, que era la autoridad total sobre la esposa, los esclavos y los hijos, que en determinadas cuentas son propiedad suya. Ejercían así un poder ilimitado sobre las personas y bienes de todos los miembros de su familia. Podía, por ejemplo, condenar a su hijo a muerte o venderlo como esclavo hasta tres veces.

La matrona era la señora (domina) de la casa. Sus funciones eran la de educar a sus hijos y organizar el trabajo de las esclavas. Era muy respetada y a veces acompañaba al esposo en público.


El hombre era una cosa u otra según su edad, mientras que la mujer dependía de su estado civil (función de poder o no tener hijos). Así:

En cuanto al nacimiento, el niño o la niña tras su alumbramiento eran colocados a los pies del padre. Si este lo levantaba y lo cogía en sus brazos, manifestaba que lo reconocía como hijo y se comprometía a su crianza y educación. Es posteriormente purificado (lustratus) y se le pone al cuello un medallón o amuleto (bulla). Pero si el padre entendía que ya tenía demasiados hijos o no tenía con qué mantenerlo, era libre de exponerlo. Así, los padres no tenían la obligación, ni moral ni jurídica, de aceptar todos los hijos nacidos de su matrimonio. La exposición de los recién nacidos, para que fueran adoptados por otras familias era una práctica común y legal en Roma.

Delante del templo de la Pietas estaba la llamada columna lactaria: a su pie eran depositados los bebés abandonados, que, cuando eran recogidos, solían terminar como esclavos, mendigos o prostitutas si eran niñas. Los deformes o inútiles eran eliminados. Cicerón mismo dice: Sea muerto enseguida el niño deforme, según disponen las XII Tablas.

El adoptado tomaba el apellido del nuevo padre. El infanticidio del hijo de una esclava también era admitido como normal y la decisión correspondía a su amo.

Los niños expuestos era raro que sobreviviesen y, a veces, la exposición era un simulacro, ya que la madre que lo abandonaba ya había tratado su adopción con otra pareja.

Las familias romanas parecen no haber sido muy prolíficas. Parece ser el número tres un número ideal para la descendencia.

La vía para ampliar la familia no era únicamente tener hijos en justas bodas. Había dos maneras: engendrarlos y adoptarlos.


El recién nacido recibía el nombre a partir del octavo día, si era niña, y del noveno, si era niño (dies lustricus). Primero tomaba el niño el praenomen (el de uno de sus antepasados), luego el nomen (el de la familia) y por último el cognomen (especie de apodo que pasa de padres a hijos). Si era una niña, sólo se le ponía el nomen: si una familia tenía varias niñas sólo se las distinguía por el atributo de maior, minor, prima, secunda, tertia... El adoptado, además de los tres nomina, recibía un segundo cognomen que en sí era su antiguo nombre terminado en -anus.

Al principio esta ceremonia estaba reservada sólo a los patricios, pero ya en la República esto lo realizaban todos los ciudadanos de Roma.

Los primeros juguetes eran los sonajeros (crepitacula), a los que seguían otros como muñecas, soldaditos con todas sus armas, aros carros... La lactancia y los cuidados primeros eran confiados a una nodriza (nodrix), que solía convertirse en su segunda madre.

Los padres se encargaban de su educación hasta los siete años, sin distinción entre varón o mujer, dándoles una formación moral. A partir de estos años, el niño o la niña tomas caminos diferentes: el padre educa al niño, la madre a la niña.

A los 17 años termina la pueritia para el niño. El niño deposita la bula y la toga praetexta, consagrándolas a los Lares, y viste la toga viril. Esta ceremonia tiene lugar generalmente en Marzo, en las fiestas de Baco (Liberalia). Para las niñas, en cambio, el abandono de la bula se hace cuando contraen matrimonio.

A los 17 años, así, los niños optaban por la carrera militar o el cursus honorum. No había mayoría de edad legal. Era frecuente que hasta el matrimonio los jóvenes gozasen de una cierta indulgencia paterna, se asociasen en los collegia iuvenum y practicasen deportes y otras actividades grupales. Para los jóvenes romanos, pubertad e iniciación sexual eran prácticamente sinónimos, mientras que para las jóvenes su virginidad tenía un carácter casi sagrado.

Hasta que el padre no moría, el hijo no podía convertirse en pater familias ni tener un patrimonio propio. El padre le asignaba un peculium y el hijo continuaba bajo su autoridad. Las mujeres eran eternas menores, siempre bajo la tutela de algún varón.

En cuanto al matrimonio, para efectuarlo no intervenía ningún poder público, era estrictamente privado. La ceremonia no dejaba, así, ningún testimonio escrito. Sin embargo, las justas bodas tenían indudables efectos jurídicos: los hijos engendrados eran legítimos, tomaban el nombre del padre y eran los herederos del patrimonio.

Sin embargo, la tradición y el carácter sagrado inferían a la ceremonia matrimonial un cariz importante.


Se elegía cuidadosamente la fecha, evitando los días o meses de malos augurios. La noche antes, la esposa consagraba a una divinidad los juguetes de su infancia. Iba vestida con el traje nupcial (tunica recta), que se ceñía con un cinturón anudado y que era desatado por el novio la noche de bodas, y con un velo rojizo (flammeum). Se adornaban las habitaciones de la casa del novio y de la novia con flores, guirnaldas, tapices... La ceremonia se iniciaba con los auspicios, para conocer la voluntad de los dioses. Después, se firmaban las tabulae nuptiales, en donde se fijaba la dote. A continuación, la pronuba, matrona que hacía las veces de madrina, unía las manos derechas de los cónyuges, poniendo una sobre otra, y la novia pronunciaba la formula ubi tu Gaius, ego Gaia. Cumplidos estos requisitos, se celebraba la cena nupcial en casa de la novia. Tras éste, comenzaba la ceremonia de acompañamiento de la novia a casa del novio, deductio, reproducción ritual del rapto de las Sabinas. La novia se echaba en brazos de su madre y el novio la arrancaba bruscamente de ellos. Se fingían llantos y lamentos. En el cortejo, el novio se adelantaba; la novia avanzaba con el huso y la rueca, símbolos de su futura actividad doméstica. Era acompañada por tres jóvenes que tuviesen vivos a su padre y a su madre y por una muchedumbre que entonaba un canto nupcial, el talase.

El esposo recibe a la novia ofreciéndole los símbolos del hogar: el agua y la sal, y, posteriormente, la levantaba para que no tropezara en el umbral de la puerta, signo de mal augurio para el matrimonio.

Las justas bodas estaban reservadas para los hombres libres; los esclavos no tenían derecho al matrimonio, por lo que se entendía que vivían en un estado de promiscuidad social.

Para poder contraer matrimonio, existían como condiciones:

- Poseer el ius connubii, derecho al matrimonio legal.

- Tener 14 años mínimo el varón y 12 la mujer, aunque en la práctica se casan más tarde: el hombre alrededor de los 35 ó 40 años.

- Que no exista parentesco cercano entre los contrayentes.

- Tener el consentimiento del pater familias.

Las bodas podían ser de varios tipos:

1-Cum manu, que era indisoluble y en la que la esposa pasaba a depender de la autoridad del marido. Había 3 modalidades:

- Confarreatio, que era la más solemne, en donde un sacerdote ofrece un sacrificio y los esposos compartes una especie de torta de trigo.

- Coemptio, que era la compra simbólica de la novia.

- Usus, en la que la pareja quedaba casada tras convivir juntos durante un año.

2-Sine manu, que admitía el divorcio. La novia sigue dependiendo del padre, el cual dispone de sus bienes.

En el Imperio, estas formas matrimoniales entran en desuso y aparecen las nuptiae, parecidas a nuestra ceremonia actual.


El divorcio era fácil y cómodo: bastaba conque uno de los cónyuges abandonase el hogar; si era la mujer, ésta se llevaba su dote. Era el padre el que se quedaba con la custodia de los hijos. Al principio, la mujer no tenía derecho al divorcio, pero, a partir de finales de la República, ésta consiguió este derecho.

De todas formas, socialmente la mujer con un sólo marido era mejor considerada que aquella que había tenido varios esposos.

En cuanto a la muerte, los ritos funerarios tenían un solo fin: que los muertos se hicieran inofensivos para con sus vivos. El mayor deseo de un padre moribundo era el tener a su lado a su sucesor, para que, al exhalar su último suspiro, éste recibiera el genius que huía de su cuerpo por medio de un beso. Tras su muerte, el difunto es llamado varias veces por los presentes (conclamatio); su muerte es declarada en el templo de Venus. Después de la limpieza del muerto, su cuerpo se expone en el atrio de la casa de 3 a 7 días.

Las exequias tienen lugar de noche en la Roma real, a la luz de las antorchas; en la República, éstas se hacían de día pero manteniendo las antorchas. Se formaba un cortejo, en el que estaban sus parientes y amigos, seguidos de un ataúd abierto; le seguían las mujeres con el cabello suelto y maltratándose físicamente y los músicos y plañideras contratadas para el acontecimiento; a veces, también había un archimimus que reproducía ridículamente los gestos el difunto. Al llegar al lugar, se le hacía un elogio fúnebre al muerto (laudatio) y su cadáver era inhumado o incinerado. Si era esto último, sus cenizas se guardaban en una vasija que posteriormente ponían en el atrio de la casa. El duelo por el muerto durada 10 meses. Las catacumbas eran el destino de los que eran inhumados.

En cuanto a la anticoncepción, se conocían y utilizaban diversas técnicas, entre ellas, las pociones para causar esterilidad, los amuletos, la magia y prácticas como la referida por Sorano (médico del s.II d.C.), en su Ginecología, según la cual, para evitar el embarazo, la mujer debía contener la respiración mientras el hombre eyaculaba, después agacharse, estornudar y tomar una bebida fría. Se creía también que la mujer era menos fértil cuando no quería tener relaciones sexuales.

Se usaba también el coitus interruptus, la continencia periódica y el uso de preservativos rudimentarios hechos con vejiga de vaca. Para la mujer existían sistemas para impedir el paso del semen como bloquear el útero con lana, aceite, ungüentos, miel o determinados ungüentos que podían actuar como espermicidas.

Si el método anticonceptivo fallaba, las más de las veces, quedaba el recurso del aborto, que era perfectamente lícito. Se provocaba por medio de drogas, con técnicas quirúrgicas o métodos caseros, como hacer saltar a la mujer repetidamente con los pies juntos o sacudirla fuertemente.

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